Este es otro de esos textos inconclusos que nunca publiqué.
Había sido un buen día para la familia Malacara, el más pequeño de los hijos llegó aquella tarde de la escuela con la noticia de que le habían ofrecido una beca, el padre avisó durante el almuerzo su próximo ascenso en el trabajo y la madre durmió todo el día, cosa que no había podido hacer en las noches de la última semana. Los Malacara decidieron salir a festejar todas esas noticias en una cena, fueron a un restaurante elegante, comieron hasta saciarse y rieron.
Finalmente regresaron a la casa trayendo consigo una torta de aquel restaurante para el hijo mayor, quien como siempre no había hecho participe en los acontecimientos del día.
Su madre le fue a buscar al cuarto, abrió la puerta de este y se fijo inmediatamente de que las luces estaban apagadas “habrá salido o ya estará durmiendo” pensó la mamá. “Si fuera la segunda opción es mejor despertarlo, no dejaré que duerma ahora sin nada en el estomago, después se levanta en las noches buscando algo que tragar y al día siguiente se quejará de que no durmió y eso a causa de…” pensaba la señora mientras prendía la luz de la habitación, como si ese razonamiento hubiese estado en su mente inclusive antes de llegar a la casa.
Encontró ella a su niño acostado en la cama, con los ojos cerrados, inmóvil, ni siquiera hizo gesto el chiquillo cuando la luz ilumino la habitación, cosa que todos hacemos. Se aproximo a él y casi estaba a punto de despertarle cuando le distrajo la computadora que estaba encendida, la maquina mostraba una ventana de Word abierta, había algo escrito...
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