Quisiera lectores, compartir con ustedes una carta escrita por el desventurado Werther a su buen amigo Wilhelm. Con fecha del 22 de mayo:
La vida humana no es más que un sueño; esto es lo que muchos han pensando, y esta idea no deja de perseguirme. Cuando me paro a considerar los límites estrechos a que se hallan circunscritas las facultades activas e intelectuales del hombre; cuando veo agotarse todos sus esfuerzos en satisfacer algunas necesidades que no tienen más objeto que el de prolongar nuestra desgraciada existencia; que toda nuestra confianza o tranquilidad sobre ciertos extremos de la ciencia no es más que una resignación fundada sobre quimeras y ensueños, y producida por esa ilusión que cubre las paredes de nuestra prisión con pinturas variadas y perspectivas luminosas; todo ello me deja mudo, amigo mío; me reconcentro en mí mismo y allí encuentro todo un mundo; pero un mundo fantástico, creado por presentimientos, por deseos sombríos, y sin la menor acción viva. Todo nada, todo flota ante mí cubierto por una espesa nube, y me adentro en ese caos de ensueños sonriendo.
Ayos, preceptores, maestros, todos están de acuerdo en que los niños no saben lo que quieren; pero que nosotros, niños grandes, recorremos este globo titubeando, tropezando, sin saber ni de dónde venimos, ni adónde vamos; que, lo mismo que los niños pequeños, obramos sin objeto; que lo mismo que ellos nos dejamos conducir por golosinas de toda suerte, o por la férula y el castigo, esto es lo que nadie quiere creer, ni convenir en ello, aunque, a mi juicio, es cosa que salta a la vista.
En fin, te concedo de buen agrado (porque ya sé lo que vas a responderme) que aquellos que, como los niños, viven al día, llevan su muñeca de un punto a otro, la visten, la desnudan, pasan y repasan con gran respeto delante del cajón en que la mamá tiene guardadas las golosinas, y cuando aquella abre ese cajón y les da algunas, las devoran con ansia y gritan pidiendo más: son en el fondo los más dichosos. Pues bien, si, ¡criaturas afortunadas!, dichosos también aquellos que bautizan con un nombre pomposos o un titulo imponente sus fútiles ocupaciones, y aun sus mismas pasiones, para representarlas al género humano como obras gigantescas, emprendidas para su salvación o su prosperidad. Por mi parte, repito: buen provecho les haga, lo mismo que a los que quieran o puedan pensar como ellos. Pero el que, en su humildad, reconoce la nada en que vienen a parar todas esas vanidades; el que ve al burgués acomodado arreglar su jardincito como un paraíso y ve al mismo tiempo pasar a un pobre jornalero encorvado bajo el peso de una carga que le abruma sin descorazonarle por ello, y ve a ambos igualmente interesados en contemplar un minuto más la luz del sol; ése, digo; vive tranquilo, crea su universo, en sí mismo y se siente dichoso de ser hombre. Por limitado que sea su poder, mantiene siempre en su corazón el dulce sentimiento de libertad, y sabe que puede dejar esta prisión cuando le plazca.
La habitación de al lado
Hace 4 días.
1 Comentarios:
Oh sí, tendré que leer
esa novela..
mejor ni digo que luego
ando dejando las cosas
a medias.. jeje
Saludos!
Publicar un comentario